Ahora todo el mundo twistea... ¿tú aún no?

lunes, 3 de diciembre de 2007

Una gran familia

Siempre lo recomiendo. No todos vivimos el juego con la misma pasión. No para todos es tan importante como para invertir buena parte de nuestro dinero y nuestro tiempo en ello. Pero, a cualquiera que le apasione este juego, siempre le recomiendo que, si alguna vez tiene la oportunidad, no deje de vivir la experiencia de asistir a un Campeonato del Mundo.
Jugamos con las palabras y no soy capaz de explicar lo que uno puede llegar a encontrarse, a vivir y a sentir allí. Sólo el calor de esa gran familia que, cada año más, es la FISE, puede transmitir y describir esas sensaciones. Ya comencé a darme cuenta hace cuatro años y, aunque esa sensación crece en mi interior con cada nueva edición mundialista, espero que aquello, esto, que quise exprimir de mi debut (aunque aún percibía mucho más de la competición que de la diversión y el hermanamiento) sepa continuar teniendo la vigencia de la emoción.

¿Qué tal si nos vemos en Buenos Aires en 2008?


LOCOS EN PANAMÁ

Sólo unas semanas atrás hubiera dado un brazo por estar precisamente allí, expresión que tanta gracia hizo a algunos de los presentes, aunque seguro que más de uno de los que estaban y, sobre todo, de los que no, se hubiera apuntado a eso de la manquera. Sólo por compartir algo más de dos días con esos más de sesenta apasionados por este juego, seguro merecería la pena. Personas entrañables, que nunca olvidaré (ellas saben quiénes son) y buena gente en general, vidas, historias, conversaciones que quedarán para siempre en los ecos de ese hotel, conversaciones en las que, por supuesto, no se andaban más de dos o tres frases sin pronunciar palabras como “scrabble”, “triple”, “drae”, “pornueve”, “elo” o “victoria”, pero en las cuales, a pesar de toda esta parafernalia escrablística, cada uno dejaba en los demás un poquito de sí mismo.

Se inicia el campeonato. Ciudad de Panamá, un calor bochornoso, “pegamento”, que decían los locales. En la sala, buena temperatura y café para todos. Cansancio ya aun sin haber empezado a jugar, por las horas de viaje y los primeros desvelos de la víspera. Los relojes a treinta. Los corremesas y jueces animosos, ajenos al sentimiento de cansancio que los abrumará el domingo. Y casi treinta bolsas, casi tres mil fichas zurriendo en un ritual repetido quién sabe cuántos cientos de veces por cada uno de nosotros. Ánimo, tensión, nervios, pasión… locura.

Tres rondas para abrir boca. Tres rondas para destrozar mentes, cuerpos y ánimos después de viajes, prolegómenos, charlas nocturnas, clasificatorio… Tres rondas interminables. Casi hasta los atriles pidiendo descanso. La noche panameña detrás de las amplias vidrieras, ajena a esta locura, encuentra otros mil modos de entretenimiento y una estrella titila como un comodín pidiendo ser nombrado.

En los dos días siguientes, más de lo mismo. Un calendario abrumador, quejas, caras cansadas como eles y ges y algunos cuerpos como la triste cu en el último turno, huérfana de u o de comodín. Cafés y coca colas casi más deseados que una centenaria. Y, a pesar de eso, esa ansiedad implacable ante la próxima ronda, una patología de siete letras, contar y recontar los puntos del último atril del oponente, desear el scrabble, desear la victoria, desear jugar otra…

¿Qué es el cansancio? Tal vez esas cien fichas de la bolsa no sepan combinarse para formar esa palabra. En el recibidor, entre partidas, discusiones que nunca llegan a puerto: ¿quién ganó?, ¿quién perdió?, ¿quién mereció ganar? Cábalas infinitas: si hubiera… si no hubiera… si la cu… Gente estudiando listas de palabras en sus habitaciones. Anagramismos grupales improvisados. Y partidas, partidas, partidas… sobre las camas, en la cafetería, en el restaurante. ¡Qué locura, ya basta!... Cae la noche cerrada y por fin se hace el silencio y seguro que alguien aún se pregunta, a oscuras, si es realmente el silencio o sólo otro comodín sin nombre.

He visto todo eso y mucho más. He visto voluntarios regalando su tiempo, más generosos que un atril bonito. He visto luchas encarnizadas por una victoria, discusiones resueltas en una duplicada a un solo turno, duelos fratricidas incluso, a cara de perro, ¿sable o pistola?... atril, siete fichas en la recámara, sobre el tablero al amanecer (y después, como siempre, la concordia). He visto charlas casi de cafetería en partidas de torneo, gente jugando distendidamente, risas y bromas, casi como jugar en zapatillas. He visto rostros tensos, inmutables, las yemas de los dedos en las sienes, setenta minutos de hermetismo facial. No he visto, aunque valdría (más de uno lo hubiera deseado), tableros o atriles volando por los aires, letras que, en pleno vuelo, se enlazaran proclamando improperios, como una exhibición paracaidista de furia desatada. He visto al más competitivo asumir la derrota casi con una sonrisa y al menos ambicioso desear una victoria, la hiel deshecha como ante un suculento plato, rabiar incluso ante una bolsa injusta. Y he visto y he vivido, como digo, partidas, partidas y partidas: en la habitación, en la cafetería, incluso mientras se jugaba la final y, aún más allá, en el aeropuerto sobre un murete a falta de mesas libres, o en pleno vuelo, mientras todos dormían, las luces encendidas, indicando, como a un avión que ha de aterrizar en plena noche, en qué asientos estaban esos locos.

Me aconsejó el psiquiatra que, de ir a Panamá, no llevara mi Scrabble. Y el caso es que, de no haberlo hecho, habríamos jugado con el tuyo.



De Panamá 2004 a Buenos Aires 2008. Toda una historia en común. ¡Qué pena no haberlo descubierto antes!

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