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viernes, 21 de septiembre de 2007

Buen torneo tenga usted

Para cada uno, el de “buen torneo” puede ser un concepto distinto y lo será, seguramente, en función de las mismas expectativas y concepción que del juego tenga, que le llevará a plantarse frente al tablero con una u otra actitud, a empaparse o a reírse de las listas de palabras, o a esperar más o menos de la competición o de los compartidos ratos de asueto paralelos a ella. Pero, si únicamente a lo que gira en torno al tablero nos ceñimos, puede haber una serie de consejos que sean, en general, útiles para disfrutar de un gran torneo. ¡Que aprovechen!

LA NOCHE NO ME CONFUNDE
Como ante un examen, los niveles de descanso y tranquilidad van a ayudar y mucho a sentirse lúcido frente al tablero, a encontrarse. Para torneos de más de un día, no obstante, tampoco está de más echar un rato entre risas en buena compañía después de una dura jornada; si no has de acabar a las cinco de la mañana siendo el más calavera, un rato distendido siempre ayuda a eliminar toxinas y tensiones y a llevarse algo bueno en la mochila en el caso de que la competición de turno no nos aporte mucho bueno.

EL DESAYUNO DE LOS CAMPEONES
Descansados, madrugados y recargados, el desayuno es uno de los primeros contactos con el mundo antes de encerrarse en una burbuja verde con cien fichas. Entrar en comunión con el mundo y la vida, lo que no conseguimos hacer normalmente, va, como con todo, muy bien para un torneo y la primera comida favorece este estado: los sabores, las texturas, las sensaciones y el alimento. “Desayuna como rey, come como príncipe, cena como mendigo”, reza el refrán. Y a mí, al menos en su primera parte, me encanta seguirlo al pie de la letra (preguntadle a Antoñito por “el ataque del huevo” término tan graciosamente acuñado por él), aunque habrá quien no pueda a esas horas, por lo que, en definitiva, lo mejor es que cada uno se despache lo que el cuerpo le pida, pero siempre disfrutando el momento.

SENTIR LA ENERGÍA
Nada se pierde, todo se transforma”, nos recuerda con dulzura Jorge Drexler. Si el día es propicio, si los astros se han alineado en nuestro favor, podemos hasta llegar a sentir un cosquilleo eléctrico en las yemas de los dedos; son las fichas llamándolos a tocarlas, a barajarlas y a extraer de ellas el secreto que, alineadas de a siete en su verde sofá, custodian. Llamémoslo energía, disposición anímica o apetencia por el momento, pero existe. Miedo dará si un día alguien, habiéndose entrenado en estas lides, monta un scrabble sobre el tablero haciendo volar las fichas desde el atril, electricidad en mano, cual aprendiz de mago de la Escuela Hogwarts.

GANAR Y PERDER
En un juego en el que raramente se empata, una de las primeras cosas que convendría aprender es a perder y a ganar. Al robo de la primera ficha para el sorteo del turno inicial, ya todos están esperando, deseando la victoria. Y es así aunque muchos puedan decir lo contrario. Hasta el menos competitivo de los participantes se sienta ante el tablero con el ánimo de ganar; cosa distinta es el empeño o esfuerzo que se ponga en ello o las sensaciones que victoria y derrota provoquen, pero deseos, haberlos, haylos siempre. No saber perder es malísimo en el juego y en la vida; cada vez que no podamos ver cumplidas nuestras expectativas nos supondrá un sofoco y, probablemente, a menudo estaremos sobrevalorando nuestras posibilidades y aptitudes; no saber perder impedirá que disfrutemos del juego porque siempre estaremos apuntando hacia el objetivo (la victoria), sin saborear el proceso (el juego, que, en definitiva, es el que nos da vida y mantiene en vilo durante 60 minutos). No saber ganar es mucho peor; si nos pensamos los reyes del mambo cada vez que encadenemos tres victorias, la caída habrá de ser durísima cuando enganchemos, por contra, tres derrotas (y rachas más terribles se han visto en este juego). Victoria y derrota son dos estados distintos de una misma materia y, a menudo, no somos más que actores secundarios en esta suerte de representación que es la partida; el juego es el protagonista, no nosotros, que a lo más que podemos aspirar, en resumidas cuentas, es a disfrutar de nuestra participación en esta obra. Así las cosas, la sensación tras salir derrotados de una partida debería llegar a ser muy parecida a la de salir victoriosos; al acercarnos a ese nivel de aprendizaje nos damos cuenta de que la verdadera satisfacción en el juego, incluso en una competición exigente, incluso llegando a ella con un buen grado de preparación, son esos 60 minutos de batalla.

CUANDO EL JUEGO TERMINA
Cuando el juego ha acabado, de nada nos servirá meternos presión para la ronda siguiente si hemos ganado ésta y, mucho menos, aliquebrarnos y sentir que todo ha terminado si hemos perdido. Una partida acaba con la última ficha jugada y la siguiente es una historia completamente distinta; todas las sensaciones inherentes a una partida deben quedar con ella, como si las entregáramos al juez al pasarle la hoja de resultados. Entre rondas, el mejor preparado para tener un gran torneo incluye dosis de comentarios del juego, risas, charlas y un poco de aire fresco y luz natural antes de volver de nuevo a la burbuja. Cuando sabemos saborear este momento tanto como el de la competición misma, jamás, ni ante clasificaciones traicioneras o perversamente recurrentes cúes, podremos tener un mal torneo.

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