Sumergido en una de esas épocas en las que la profesión se encarga de recordarnos que puede hacerse acreedora del tiempo que creíamos de nuestra propiedad, viéndome vagar a menudo entre las horas extras y el curso que comienza sin dar tregua (y casi hace olvidar las voces de palabras como ocio y hogar), alimentando el espíritu a cucharada de una menestra agridulce, con una base de amor por la profesión amalgamada al cansancio que ésta nos carga a la espalda... lleno mis bolsillos de retazos de sueños, que, como caramelos, mantienen las papilas de mi alma adulzoradas a lo largo del día y, mientras demuestro que quiero mantener bien engrasada esa máquina llamada profesionalidad, siento fluir en mi sangre esa glucosa, recuerdo que volveré a salir a la superficie, a tomar aliento, tan pronto sea posible, porque esos sueños que me mantienen vivo continúan ahí, creciendo, bien guardados en el cajón del que los sacaré a la primera oportunidad, para soplar el polvo que ahora los arropa, abrir sus páginas y volver a estampar con sus letras mi alma y ofrecerlos, tan ansiosos de engendrar nuevos sueños, pólenes de otras almas y de tiempos más serenos.
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