Bonitos trofeos. Codiciados premios. Plazas en juego. El prestigio del triunfo. La emoción de la victoria. Mejorar. Evolucionar. Crecer. Sumar. Superar.
El mejor reconocimiento que podemos llevarnos al finalizar una competición no nos lo entrega nadie, ni el organizador, representado en un trofeo, ni los asistentes con una ovación. El mayor premio vive, viene con nosotros y nos acompaña cuando todo acaba y ningún otro mérito tiene mayor valor.
Puede parecer difícil conjugar el calor de la amistad, forjada a base de afición y vivencias comunes, con la exigencia de la batalla, que, con el crecimiento de los grupos dedicados a actividades competitivas, se hace cada vez mayor y más voraz. Con aquélla, los tableros son susceptibles de llegar a convertirse en sangrientos campos repletos de víctimas, los atriles en despiadadas armas y la mirada de nuestro compañero de camino en la del verdugo que, desde el bando enemigo, nos dará muerte. Entonces, aquella exigencia, aquella llamada a las armas en nombre de la gloria, podría llegar a ganar también la capacidad de ir matándonos un poco desde dentro.
Si has conseguido jugar otro torneo desde el disfrute y la pasión. Si puedes seguir mirando a tus rivales con la misma mirada cómplice y hermana y, lo que es más importante, a ti mismo frente al espejo sintiéndote orgulloso, sabiéndote vencedor sobre las trampas y obstáculos que la competitividad (que lúdicamente buscamos y asumimos) interpone ya incluso en nuestro camino vital, has sabido obtener la mejor victoria de este juego. Todos los demás éxitos son efímeros.
1 comentario:
gracias, no se puede explicar mejor, por suerte al final eso es lo que nos queda. Siempre vale la pena el estar orgulloso de lo hecho y de quienes comparten esa misma pasión.. gracias
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